El encaje roto

Retomo mi abandonado papel de cronista del club, ya que ayer hubo que interrumpir la transmisión e “irnos a negro”.

Dejando a parte ausencias y la falta de vuestras opiniones, Doña Emilia nos proporcionó una buena tarde, que le agradecemos. También a Jesús por su introducción, que nos sitúo en la época y la escritora. No hace falta aclarar que el disfrute no proviene del contenido del libro, una extensa antología de relatos sobre todas las formas de violencia contra las mujeres, si no de la calidad del mismo y, sobre todo, de la inteligencia y compromiso feminista de una escritora del siglo XIX que no ha perdido actualidad.

Quizá treinta y cuatro relatos puedan parecer mucho para una antología, pero no lo son como ejemplo de la cantidad de formas en que se puede ejercer la violencia. Pardo Bazán fue capaz de visibilizarlas y denunciarlas todas, aun siendo una mujer burguesa y privilegiada. Podría haber vivido de espaldas a todo ello, pero hizo todo lo contrario. Creo una obra literaria en la que visibilizó todas las agresiones y elaboró un pensamiento crítico contra una violencia que era (es) tolerada y amparada. Se destaca en el prólogo (pelín pedante, todo hay que decirlo) el siguiente texto publicado en La Ilustración Artística:

“El mujericidio siempre debiera reprobarse más que el homicidio. ¿No son los hombres nuestros amos, nuestros protectores, los fuertes, los poderosos? El abuso de poder, ¿no es circunstancia agravante?  Cuando matan a mansalva, a la mujer, ¿no debería exigírseles más estrecha cuenta? (…) el hombre, en general, cree vagamente que por ser hombre tiene derecho de vida y muerte sobre la mujer”.

Es un libro duro, que duele en cada página, que muestra como Marineda sigue funcionando día a día, sin que el sufrimiento de las mujeres logre alterar mínimamente la paz de la ciudad. 

Acaba el libro con El encaje roto. Un acierto absoluto hacerlo con este cuento. Primero porque habla de esperanza y de mujeres capaces romper con la violencia. Segundo porque nos recuerda lo que no debemos olvidar, lo único que nos protege: descubrir a tiempo la mirada de los Bernardos con los que podamos cruzar.

Vi otra cosa: La cara de Bernardo, contraída y desfigurada por el enojo, más vivo; sus pupilas chispeantes, su boca entreabierta ya para proferir la reconvención y la injuria (…) Apareció desnuda su alma (…) cuando me preguntaron, la verdad me saltó a los labios, impetuosa, terrible… Aquél “no” brotaba sin proponérmelo; me lo decía a mí propia…. ¡Para que lo oyesen todos!

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